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lunes, 6 de noviembre de 2017

Retrato de Vivaldi: un cuento. 3er movimiento: el jilguero y la aurora.

V

ivaldi se pone cómodo, y ya en bata y zapatillas y sin la peluca se prepara un chocolate caliente.  Vuelve al salón, se sienta cerca de la ventana abierta, que deja entrar la agradable brisa de principios de otoño, y mira hacia el exterior mientras va sorbiendo de su taza. Detrás de él, en la mesita junto al sillón, se amontonan las cartas pendientes de corresponder: un litigio interminable respecto de una reclamación económica de una ópera, cartas de Roma y de Mantua, contrato en Florencia para enero, cartas de París y Ámsterdam, próximo viaje a Praga y Viena… 

Vivaldi piensa en su padre. Él creó esta familia y la mantiene unida, no me quiero ni imaginar lo que sería si no estuviese él… Él fue también el primer músico de la familia y todo parece indicar que yo seré el último: no tengo, ni voy a tener, descendencia; y por lo tanto me veré privado de lo que es sentir el amor por un hijo. Pero, por otra parte, no sé si tendría el valor de ver crecer a un hijo mío en este mundo tan, tan… Se queda pensando en la palabra que está buscando y finalmente se decide por una: traicionero. Sí, eso es, traicionero. Una súbita sensación de pesimismo y pena ensombrecen su rostro.

El jilguero empieza a brincar en su jaula. Vivaldi se sonríe, se acerca y mete un dedo entre los barrotes.

—Espera, te traigo un trozo de manzana.

Va a la cocina a buscar una y vuelve para encajar un trozo entre los barrotes. El pajarito espera a que Vivaldi se aleje para acercarse a la manzana y entonces empieza a picotearla, mientras él mordisquea el resto.

El jilguero arranca a cantar, alegre y silvestre, alargando el cuello y forzando su garganta para hacer sonar el aire que sale prodigiosamente de sus mínimos pulmones. Vivaldi cierra los ojos y se queda escuchando su canto. Los abre después y mira el pajarito saltando de percha en percha. Está a punto de amanecer. 

Se va entonces a contemplar de nuevo el retrato. Supongo que en el fondo quiero que me vean, que reparen en mí… Que me quieran tal como soy, sin una máscara. Anna tiene razón, este muchacho se fija en todo. Ese mechón se lo ha sacado de la manga durante la última sesión, supongo que es su pequeño secreto, un sello personal. 

Se dirige entonces hacia el espejo grande y se contempla a sí mismo. No me puedo ver como me ven los demás… Siempre he tenido una inevitable tendencia hacia la melancolía y esa es probablemente mi principal inspiración. Mi sonrisa tiene un eco de tristeza… Y mi tristeza termina siempre con esa sonrisa.

De pronto, va deprisa a su mesa de trabajo para buscar la melodía que había garabateado antes de salir y se la queda mirando. Recuerda entonces el aire que silbaba el gondolero en su sueño: es la misma. Pero el gondolero empleaba un re menor y parecía extenderse como en un largo. A ver…

Toma el violín, cierra los ojos y se deja llevar por la melodía. Siente que ha dado con algo realmente interesante y no lo deja ir, se sienta y empieza a escribir. Lo bueno surge siempre de manera inesperada… Mejor con una viola d'amore, sí, mucho mejor, tiene que resonar. Se va un momento al teclado para ensayar el acompañamiento, y entre una cosa y otra pasa más de una hora concentrado en dar forma a esa pieza. De pronto levanta la cabeza y se da cuenta de que no ha dormido. Se gira y mira hacia la ventana: el sol acaba de salir. Qué hermosa mañana, a estas horas el mundo se renueva cada día y en el resplandor de cada amanecer se asoma un poco de la chispa inicial de la creación. Se levanta un instante para colocar la jaula del jilguero frente a la ventana. 

—Así podrás ver el cielo.

Sonríe, satisfecho de su acción, y mira hacia la partitura en su mesa de trabajo. Voy a tener que profundizar más en el acompañamiento, ha de expresar intimidad… Entonces recuerda de pronto a la mujer del sueño y se dice en voz baja a sí mismo, extrañado:

—Me llamó Antonio…

Vivaldi piensa en el sueño, que recuerda perfectamente en todos sus detalles. ¿Quién sería ella…? En fin, suspira y vuelve con su nueva partitura. Le pondremos un elegante laúd y unas pocas cuerdas que refuercen la idea. A esta hora tan de mañana en casa a solas es cuando mejor escribo.


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